miércoles, 1 de octubre de 2008

Número 32: Las aventuras de Peter Schlemihl


En realidad, el libro se titula "La maravillosa historia de Peter Schlemihl", pero ya lo había anunciado como Las aventuras de Peter Schlemihl, así que ya qué. El autor de la obra fue Adelbert von Chamisso, botánico y escritor, de quien se dice, al menos en la excelente edición que yo leí (la de Grupo Anaya S.A.), que nunca habló fluidamente el alemán; algo comprensible, tomando en cuenta que había nacido en Francia. Sin embargo, sus obras más famosas están escritas en el idioma germánico.

Investigando un poco (ya se imaginarán dónde: en Wikipedia, claro es), me encuentro con el alegre hecho que algunos de los lieder de Robert Schumann toman el texto de poemas de Chamisso. Es interesante para mí, porque Schumann fue uno de los grandes compositores del romanticismo, por cierto muy entusiasta con la obra y el talento pianístico de Johannes Brahms y Frederic Chopin (a éste último lo describió de la siguiente manera: "Señoras y señores, ante Vds. un genio." Cita que le costó el empleo en la revista musical en la cual colaboraba. Feliz causa en virtud de la cual Schumann fundó y dirigió su propia publicación musical. La razón por la cual Schumann fue despedido no había sido sino que Chopin, en el momento de la publicación del artículo, todavía no alcanzaba el grado de genio reconocido por la crítica, sino que se encontraba más bien en el grado de debutante. El tiempo le daría la razón a Schumann).

Tras la anterior divagación, retomemos el hilo central: La maravillosa historia de Peter Schlemihl, fue escrita en los inicios del romanticismo (1813), época de transición, pero ya inmersa en la fantasía decimonónica. Nos encontramos con el buen Peter, un jovencito quien llega a la ciudad con una cartita de recomendación y espera una colocación por parte de un gran señor. Le permiten ingresar a la mansión cuasi-palacio del burgués, y en ella nadie le dirige la palabra, ni siquiera los empleados, como temiendo contaminarse de la insignificancia del pequeño Peter. El gran señor toma la carta, la guarda en un bolsillo y le responde ambiguamente a Peter, sin embargo invitándole a unirse al pequeño sarao que está celebrando.

Durante una caminata por los jardines del apreciable burgués, otro personaje, un oscuro hombrecillo envuelto en un abrigo gris, da muestras de gran talento resolviendo cuantos problemas se presentan. De manera que, del bolsillo de su abrigo, extrae, sin ningún empacho: un pañuelo, un catalejo, unas alfombras, una tienda sultánica, unos caballos con su carruaje, etc. Y todo esto sucede sin provocar el menor asombro de la concurrencia burguesa. Peter está anonadado, y se queda frío cuando el desconocido hombrecillo del abrigo gris se ofrece a comprarle su sombra, ofreciéndole en trueque varios mágicos objetos, de los cuales, nuestro antihéroe Peter, prefiere una bolsa mágica, fuente inagotable de oro: la bolsa de Fortunato.

A Peter, el trueque le parece más que justo (me refiero a que él lo percibe como si estuviera ganando alguna ventaja), a fin de cuentas, después de tantos años, ¿para qué le ha servido su sombra? ¿qué beneficio le ha traído? aún más, la inutilidad de su oscura acompañante se hace evidente al compararla con la bolsa de Fortunato. Pero, pronto la verdad se le revela, parece que al final lo esencial es aquello intrínsecamente nuestro.

Quien lea el libro encontrará múltiples referencias a la mitología germánica, en especial acerca de los llamados cuentos de hadas. Pero, más allá de ello, la historia de Peter Schlemihl es de una conmovedora humanidad, definitivamente una obra digna del romanticismo. Completamente inverosímil y, aún así, totalmente humana.

El personaje del abrigo gris es intrigante, durante toda la lectura uno se pregunta quién es. Difícil será no asociarlo con Mefistófeles (más aún, en cuanto avanza la lectura).

Peter Schlemihl, de alguna manera, me recuerda Peer Gynt de Henrik Ibsen (obra que tendrá su propio post, por supuesto), especialmente en el hecho de que ambos textos hacen referencia a historias de la tradición oral, en el caso del primero refiriéndose a la literatura germánica, y en el del segundo citando a las leyendas escandinavas, específicamente las noruegas.

Más que recomendable, la lectura de este librito me parece imprescindible para quienes amen la literatura fantástica y el romanticismo.


4 comentarios:

q u i n o ƒ ƒ dijo...

Realmente muchas gracias por estos post. Los cuentos de hadas siempre me han fascinado (decirlo parece casi un juego de palabras) y en la cantera de lo fantástico muchas veces se encuentra más realismo y agudeza que en cualquier otra parte. Quizás porque (y aquí voy con otra teoría) más que en otros géneros, la fantasía se acerca a los arquetipos. Dicen que la realidad no se entiende sin grises, pero todo gris deriva del blanco y negro. Los arquetipos son eso, estados puros, blancos o negros, y con ello es más fácil, creo, entender el gris.
En suma, menospreciar la fantasía me parece abandonar una gran herramienta para analizar la realidad, la vida, el mundo... pero bueno, no divaguemos más y brindemos por Schumann, por las sombras y por Peter. Ah, y a la salud de Peto!

Petoulqui dijo...

Estimado Quinoff:

Realmente gracias por todos tus comentarios y por compartir tus teorías. Me alegra bastante que te hayan gustado los posts.

Últimamente he encontrado cosas que me han unido con ciertas personas, puntos de identificación. Me parece que esto del romanticismo, es un aspecto en el cual concordamos vos y yo.

Cierto, esto de la fantasía. Justamente, JRR Tolkien era partidario de la idea que a través de una ficción se podía contar una realidad, incluso una verdad.

Lo de los arquetipos está muy bueno. Deberías de escribir algo sobre esto, me gustaría leerlo.

Brindemos pues, por Schumann, Peter y Quinoff.

Saludos,

Peto

Petoulqui dijo...

Ah, y salud a Chamisso, también.

Se me estaba olvidando.

q u i n o ƒ ƒ dijo...

Por Chamisso también, claro que sí. Además, Adelbert von Chamisso es un nombre que hermana lo latino y lo germánico, un detalle que me intriga siempre, como ya antes lo comenté.

Sí, el Romanticismo (en el amplio y noble sentido) ha sido un punto de encuentro. Y otra cosa (un detalle psicológico, por así decir): Los cuentos de hadas, la fantasía y la imaginación en general educan en la Admiración y el Asombro, pues incorporan elementos que nos superan y rebasan una explicación, sin que eso los vuelva ofensivos. La racionalidad iluminista, en cambio, tiene algo de reductiva en su cerrado empeño por amoldar al Universo entero dentro de las medidas de nuestra capacidad. Es como una "chiquitolina mental" (con el permiso de Chespirito).
Por rutilantes que sean las inteligencias humanas, creo que un hombre que dejó de asombrarse, haciéndose enemigo de lo que no entiende, ya dejó de ser inteligente (=se volvió incapaz de inteligir).